Ángel barroco, siempre
el muchacho agrietado detrás de las violetas
estira la punta del deseo
hasta tus dedos. Aquí una calavera
estalla en tu sudor,
una mano judía te tuerce del destino,
se derrumba, grita un agorero
tu horóscopo de miedo
y se destruye. Orfebre de la nada:
un sudor nuevo, casi nada
en tus dedos.
Baroque angel, always
the boy split open behind the violets
stretches the tip of desire
toward your fingers. Here a skull
bursting in your sweat,
a Hamsa twists you from destiny,
collapses, a soothsayer cries out
your horoscope of fear
and is ruined. Silversmith of nothingness:
a new sweat, almost nothing
on your fingers.
Vista nocturna del centro
de Montevideo, no reconozco el aire
violeta de las calles, pero una dura
amatista de memoria, y presa
resistente de los días.
No moriré en Montevideo,
pero las manos me enseñan el camino
al trompo quieto que giraba con el mundo
(la vista nocturna del tiempo de mi infancia).
Pero las fotos declaradas y la fe
amarilla en los cajones, irreconocible
vista nocturna encima de mi cama, inverso
el mundo, en otro idioma, un trompo
de mentiras: los ojos siguen presos a la dura
memoria de otros días.
Night view of downtown
Montevideo, I don’t recognize the violet
air of the streets, yet a hard
amethyst of memory, a resistant
prey of days.
I won’t die in Montevideo,
yet hands show me the way
to the motionless top that spun with the world
(night view of my childhood).
Yet photos declared and faith
yellowed in drawers, unrecognizable
night view atop my bed, inverse
world, in another language, a top
of lies: eyes still prey to the hard
memory of other days.
Según Herodoto, la armada de Jerjes
ya había dejado Sardes camino a Salamina,
cuando el sol empezó a abandonar su lugar en el cielo
y a desaparecer. El día, sereno y sin la sombra de una nube,
se fue transformando en noche. El sol
tomaba el color del zafiro y, al mirarse entre sí,
los hombres se veían pálidos como muertos.
Todas las cosas parecían bañarse en un vapor oscuro.
El estupor y el espanto se apoderaron del corazón
de aquellos hombres jóvenes. Jerjes veía el prodigio,
lo siguió con atención y preguntó a sus magos
lo que significaba. El cielo, le respondieron,
anunciaba a los griegos la destrucción de sus ciudades
pues el sol, decían, es el astro profético de los griegos,
y la luna el de los persas. Jerjes, suspendido,
se encantó con la respuesta, alivió a sus hombres
con palabras confiantes y –no callará nunca
Herodoto– ordenó que retomasen la ruta.
Al morir lo comprendieron: morimos
de un eclipse, eternos como el zafiro,
y seguiremos el retorno de las lunas
mientras un Coreuta recite nuestros nombres.
Fue sólo para eso que vivimos.
Jerjes murió en palacio, asesinado por un traidor.
According to Herodotus, Xerxes’ armada
had already left Sardis on its way to Salamis
when the sun began to abandon its place in the sky
and disappear. The day, serene, no shadow of a cloud,
went shifting into night. The sun
took on the color of sapphire and, as they eyed each other,
the soldiers saw themselves as pale as the dead.
Everything seemed to be bathed in a dark steam.
Wonder and fear took over the hearts
of those young men. Xerxes saw the miracle,
followed it attentively, and asked his wise men
what it meant. The sky, they responded,
announced to the Greeks the destruction of their cities
since the sun, they said, is the Greeks’ prophetic star,
and the moon, the Persians’. Xerxes, dumbfounded,
was delighted by the response, comforted his men
with confident words and -Herodotus will never
stop talking- ordered them to return to the route.
As they died they understood: we’re dying
from an eclipse, eternal like sapphire,
and we’ll follow the return of moons
while a Greek choralist recites our names.
This alone we lived for.
Xerxes died in his palace, murdered by a traitor.