Aaron Zaritzky & Felipe Benítez Reyes
MISTRANSLATION
 

Lucas Villalba, the Suspect

We wish we could say that Lucas Villalba (Cuenca, 1929-1988) was a graceful murderer, for nothing brings more prestige to the memory of a writer than atrocities. We must acknowledge, however, that he was a melancholy and elegant scholar, a thoughtful husband, and a bewildered father of many, in addition to being the author of a curious book entitled The Art of Murder, copies of which can still be located in used book stores for three to seven dollars. In that book—comprised solely of one long poem—he offers to the curious reader useful suggestions for committing artistic murders, although one may suspect that poetic license and invention take priority over any sort of scientific rigor, so to speak.

A few months ago, the English professor Roy Buchanan, author of Pathological Literature, commented that he did not suspect Lucas Villalba of having the mind of an authentic murderer, and that Villalba’s long didactic poem could only be considered a literary game based in fantasy and fiction.

As a counterpoint to the authoritative opinion of such a renowned specialist, we should mention a rather disturbing fact: Mr. Manuel Haro Alvear, director of the newspaper archive of Cuenca, was good enough to respond to our request by sending us photocopies of regional press articles which made reference to local homicides; comparing the date and location of each—six in all between 1973 and 1979—with the inspection reports concerning Lucas Villalba from the provincial high schools (and we should not fail to thank Mr. Luján from the Department of Education and Science for this information), it turns out that Lucas Villalba was on official business at the time and place of four of these murders. Experience tells us, though, that we should doubt the apparent validity of deductions based on chance, which usually respects logic but not necessarily truth. With the exception, of course, of kiosk literature and the discovery of adultery.



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Lucas Villalba, el sospechoso

Nos gustaría poder decir que Lucas Villalba (Cuenca, 1929-1988) fue un primoroso asesino, pues no hay cosa que prestigie más la memoria de un escritor que las atrocidades. Tenemos que conformarnos, en cambio, con señalar que fue un melancólico y atildado inspector escolar, un meditabundo marido y un perplejo padre de familia numerosa, a más de autor de un curioso libro titulado Arte de asesinar, del que aún es posible hallar algún ejemplar en las librerías de viejo por un precio que oscila entre las quinientas y las mil pesetas. En ese libro—compuesto por un único y extenso poema—se ofrecen al curioso lector útiles sugerencias para cometer artísticos asesinatos, aunque cabe sospechar que las licencias y ensoñaciones poéticas priman sobre cualquier tipo de rigor científico, por así decirlo.

Hace unos meses, el profesor inglés Roy Buchanan, autor del libro Pathological Literature, nos comentó que en Lucas Villalba no se adivinaba una mente auténticamente asesina y que su largo poema didáctico sólo podía considerarse como un juego literario basado en quimeras y novelerías.

Como contrapartida de la autorizada opinión de tan renombrado especialista, no podemos dejar de referir un hecho un tanto inquietante, a saber: don Manuel Haro Alvear, director de la hemeroteca conquense, tuvo la amabilidad de corresponder a nuestro requerimiento con el envío de fotocopia de las páginas de sucesos aparecidas en la prensa de la región que hacían referencia a asesinatos; pues bien, contrastando la fecha y el lugar de cada uno de éstos—seis en total entre 1973 y 1979—con los partes de inspección de Lucas Villalba en los colegios de la provincia (y no queremos dejar de agradecer al señor Lujan, de la Delegación de Educación y Ciencia, la proporción de dichos partes), resulta que Lucas Villalba se hallaba en misión oficial en el escenario y en la fecha de cuatro de esos asesinatos. La experiencia nos hace dudar, no obstante, de la aparente implacabilidad de las deducciones basadas en la casualidad, pues ésta suele respetar a lógica, pero no necesariamente la verdad. Salvo en la literatura de kiosco y en el descubrimiento de los adulterios, naturalmente.

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