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Carmen Conde’s Original Poems

1

El ininterrumpido,
el clamoroso de sacudidas que se propagan
infatigablemente; el goteronear fundiente
del Sol, ¡ah vivísimo joven del rostre ígneo,
sobre mis ojos cegados pos tu hermosura!
Y el misterio.

No sé, no conozco, no intuyo. Temo.
Vengo de lo seguro, de lo olvidado mío
y vuestro; pero ignora. Lo ignoro todo, y busco
con esta mirada que se aboga en cíirculos
de todos los resplandores,
una tierna evidencia fraterna.

Esa línea inmóvil. la inviolable cordillera que se moja la orilla en lagos
y en redondas ofídicas lagunas,
me faccina como a una loca ave insegura.

¡Qué serenidad indiferente, dormida y ágil
para el ensueño total, reincorporándose
mi criatura secreta, la del pánico a la selva y al tigre!

¡Cuánto tiempo recién creado, y en marcha,
la de estos volcanes plácidamente en amenaza!

—Managua, 4 febrero, 1963

2

No en mitad de la plaza, no en jardines,
sino en toda la ciudad, señoreándola sumisa suya entera,
el dueñ ancestral, jaguar puro inmarchito,
todo él también entregado
a la posesión posesiva y poseyente
de un mundo que le circula y pertenece
como su misma piel flexible e imperforable.

No en la selva inexplorada, aunque en los siglos
viniéramos los otros, los sin fieras de patrimonio exterior...
Aquí, en las calles que se cuentan
en breves cadenas de mezquinas casas
que salpican, apenas si unos pocos, -edificios absurdos.
Porque lo suyo, lo de aquí, es lo recio y ancho de dimensiones
no lo alto y desgarbado de estatura.

En toda la ciudad, el tigre.
Estremeciéndose, runfando como hervoroso océano,
como la brutal vegetación que es, en arco
de disparantes fauces. Solo y enorme todo él
en una dimensión cue si creciente, breve.

No es que le busquen o huyan, le tienen;
le son; le obligan y le obedecen, mandándole
multitud oscura, elástica, profiriente en ceñuda mudez...
Para él, todos y ninguno: ciudad-jaguar,
hombres-jaguares, lagunas, cerros, lomas y calles.

¡Qué imponderable reta a la civilización caduca
la fulminante majestad del tigre!

—Managua, 4 febrero 1963

3

Una mañana cualquiera,
entre las cuadras eso y aquello, arriba y abajo,
quizá hacia la montaña o al lago, pues que no entiendo la cosa,
he visto a un indio viejo sentada en el bordillo de un portal,

Fino, hermoso, can los ojos de laguna insondada
y una distancia en la frente semejante a las colinas
que se arriman, tranquilas, al Momotombo,

indiferentemente tranquilas,
sentado y ajeno. Indio que mira lo pasajero
de cuantos desfilábamos ante sus ojos.

Esa es la distancia. Así se ausenta un hombre.
Viejo, quemadas sus ropas, descalzo,
silenciosamente puro en su anulación...

Igual que las lagunas, exacto a la cordillera,
pero unidad; pero resumen. Muchedumbre
de indios en uno solo. Tribu que desfila,
inmóvil, en él.

Sol que ofusca, sombra que viste los cuerpos
como paño levísimo. Arboles clavados;
pájaros sin alas, como los niños, al sol, mudos.
El polvo, el ruido, la despiadada ciudad con basuras.
El, allí. Quieto. Allí, allí, allí,
un indio en la calle—¿por qué no toda ella cubiento campo de lava?—
por donde ya perdía, asfixiada, mis pasos lentos
de viejísima española emergiendo en Managua.

—Managua, 17 febrero 1963

4

Al llegar dudaba yo si alguna vez me había ido,
pues me encontré, simultáneos, aquellos mismos amigos
que en mi adolescencia hallaba
donde la Poesía habita.

Estaba Pedro, sentado, contemplando el mar, absorto;
y estaba Juan Ramó, enfermo, cargando inmortalidades...

¿Cuánto tardaba en volver al paraíso?... Estoy
temblando de averiguar la dimensión de mi ausencia.
Porque me siento en retorno, recuperándolo todo:
desde el volcán a la fiera,
desde el pájaro a los bosques,
desde el caimán a los frutos...
Por aquella cordillera sobre trémulas lagunas
que cono bocas se cierran con un cuerpo tierno en medío.

Ellos dijeron palabras dé sombras intraductibles
y yo no opuse preguntas. Reconocí quiénes eran.
Amigos que regresaron antes que yo, y ahora acudo
a borrar mi larga ausencia de celeste desterrada.

—Puerto Rico, 24 febrero 1963 5

Al pisar esta ola que se alimenta de tropical playa sedienta,
estoy pisando, ya, el umbral de mi patria distante.
Y siento en mi corazón, que se cría dueño de la indiferencia,
una sensación repleta de certidumbres lúcidas.

¡Oh tierra prodigiosa, criaturas inefables y pródigas
que me dais con vuestro apoyo un amor y una ternura
que me liga en voto eterno a vuestra dulce amistad!
¡Si no fuera porque mi patria es unared de arterias
que me invade como un mar sólo puede,
yo me quedaría aquí, al amparo de vuestros pechos!

Esta nave es mi patria, Españ, que fuera vuestra
y que seguirá siéndolo porque la habláis
dulcísima y lentamente, paladeándola
como yo con vuestros frutos: sangres todas
del universo ardiente que el mar reúne y funde.

—Al partir de Puerto Rico, 24 marzo 1963

6

Nicaragua me hizo suya en áspero deslumbramiento
que en la dulce voz de sus hijos atenuaba el contacto...
¡Qué remotas raícas arrastran mi sangre ibérica
hacia la desértica hermosura de Nicaragua?
En mí palideció tedo después de conocerla.
¿Quién detuviera su paso hacia un mañana otro
que no friera el propio suyo! ¡Quién pudiera
purificarla en sí misma, consigo sola, suya
la imprescindible purificación social termenda!

Salvaje belleza autóctona, cruelísima riqueza
que en la tierra hinca su garra fabulosa de la sangre
que por ella se derrama con tal largura de medios,
¡quién detuviera de ti tu propio volumen grueso,
para, eternizar lo eterno de tu poderoso aljento!

¡Ignoro si volveré, pero si vuelvo otro día
será como renacerme desde un recuerdo a la historia
de este tan inesperado retornar al Paraíso
que fue mi vivencia en Nicaragua!

—Mar Atlántico, M/n. Covadonga, 24 marzo 1963


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